Tengo tres hermanos, tres regalos que me dieron mis padres cuando nací. Cada uno tiene su carácter y sus super-habilidades. Todos diferentes, todos especiales. A mi, que soy el último en nacer, me toca intentar cosechar los terrenos que ellos previamente han arado, sembrado, regado y mimado. Todo para que mi estrategia de vida sea poner la cosechadora en piloto automático y a disfrutar.

Esta es una historia que te voy a contar puede parecer una anécdota de padel, aunque también podría ser  familiar, o una lección de vida. Depende de cómo la quiera leer la persona que está enfrente de la pantalla, es decir, tú. Tú vas a poder hacer tu propia historia con los mimbres que te propongo a continuación:

¿Qué puedo cambiar para darle la vuelta a un mal día?Empezamos por el principio, ¿por dónde si no? Después de una operación de ligamento cruzado y muchos kilos de más se me cerraban las puertas de practicar mi deporte rey, el Basket. El deporte de mi vida. Mi edad indicaba que todavía tenía que moverme, y no del sofá a la nevera, precisamente. En el baloncesto sólo me quedaba recorrer los 4 metros de banquillo gritando consignas. Dejar las carreras por los caminitos. Así que tocaba buscar una alternativa, y rápido, dado que la báscula no paraba de mandarme mensajes. No eran Emojis de cara sonriente precisamente, sino más bien esa cara que tienen los levantadores de pesas cuando intentan elevar de una tacada el doble de su peso. 

Mirando en el entorno, que había pasado por lo mismo que yo, encontré un par de hermanos que se habían pasado al padel. Si has jugado al tenis, frontenis, ping pong y hasta al Hurling, entre amigos, parece un paso lógico moverte a ese juego también de raqueta. Se juega en un campo de fútbol diminuto de 10×20 metros y con una red en el medio para limitar los pelotazos. Y si está de moda y dicen que la curva de aprendizaje al principio es alta, vamos, fácil, pues qué más se puede pedir. 

Mi hermano me compró una pala y empezó a darme unas lecciones. Lecciones de cómo dar pelotazos, de eso se trataba. Una cuadrilla de antiguas amistades completaba los 4 individuos necesarios para meterse en la jaula cada matinal de Domingo. 

En un año mis ambiciones me llevaron a apuntarme al club del siguiente hermano. Este último se había tenido que jubilar por dolores de espalda. Pero aún quedaban sus amigos. En los primeros partidos se me acercaban y me comentaban –  ¿Tu eres el hermano de …… ? ¡Cómo veía el juego, él ponía la estrategia, y solo con seguirla, siempre ganábamos! – Yo sacaba pecho orgulloso, durante las presentaciones. Después del partido intentaba esconderme para que olvidaran contra quien habían jugado. O que olvidaran al menos el apellido, en honor a mi hermano.

Pasaron un par de años jugando en el club, sin pena ni gloria. Hasta que en una reunión familiar, coincidimos los 4 jinetes, junto a la hierba de la pista de padel para dar de comer a nuestros caballos, sedientos de competición. Tratándose de una familia de deportistas aficionados, no es de extrañar donde nos llevó nuestra afición. Y en la hierba acabamos, unos con chanclas y todo. 

Siempre he querido superar a mis hermanos en algo, por lo que podréis imaginar que en mi cabeza saltaron todas las alarmas. Estaba ante la oportunidad de mi vida. Estaba ante la oportunidad de mi vida. El juego se planteaba de la siguiente manera:

  • mi pareja era el brazo más poderoso que pueda haber en el universo, con una pala de padel como extensión.
  • enfrente, un lisiado con dolores de espalda y otro cuyos dedos nunca han tocado una pala de fibra de carbono. 

Os podéis imaginar el resultado, pasados 10 minutos ya estábamos cambiando las parejas para intentar nivelar el juego. Yo no conseguía meter una bola en el otro campo ni con una invitación por escrito que me indicara dirección, fuerza y efecto.

Teníamos que haberlo grabado.

  • El “pelotazos” no paraba de enchufar golpes como saques de tenis, pero sus oponentes iban encontrando a cada punto más botones que desactivaban su cañón.
  • El novato aprovechó el calentamiento para fallar todas las bolas, para familiarizarse con el juego y comprobar los límites de la pala y las dimensiones del campo. Un par de rebotes en  pared durante los primeros lances del juego le enseñaron lo que le quedaba por aprender. En el padel todo lo que va, vuelve. Y listo para rendir como un pro.
  • El estratega buscaba y encontraba los puntos débiles de sus oponentes. Puntos que convertía en agujeros negros que se tragaban todas las aspiraciones del contrario. De esa manera los zambombazos se transformaban en globos que marchaban plácidamente. 

Cuando nos dirigimos al bar a tomar unas birras, ¿quién dijo que el tercer tiempo era solo en el rugby?, se me acercó mi hermano, con la mano en la espalda de dolor. Y con una sonrisa en la boca me dice –

“Llevas tres años jugando a esto y todavía no te has dado cuenta que esto no se trata de tirar super-tiros ganadores. Tienes que utilizar el comienzo del partido para tantear a tus contrarios, para ver sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Encuéntralos ycompartelos con tu compañero”. – 

Desde entonces, en el club, no he parado de estudiar a mis oponentes. Así he conseguido subir de nivel. Ni con golpes ni con físico, con estrategia. No sabéis lo bien que me lo paso desde aquel partido en el que casi pierdo hasta el apellido, y por méritos propios. 

Dicen que quién tiene un hermano tiene un tesoro. Eso sí, si lo sabes escuchar. Gracias a mis padres por darme estos regalos, junto con dos buenos oídos que de cuando en vez utilizo para aprender y arar lo que ellos han sembrado.

Para los que, como yo, estén empezando en esto de la estrategia, un buen libro donde apoyarse es “El arte de la estrategia: La teoría de juegos, guía del éxito en sus negocios y su vida diaria”. ¿Por qué comprar tierras, herramientas, arar, sembrar y cultivar si leyendo este libro ya lo tienes todo listo para recolectar?

Por último, una lección que nunca olvidaré. Aunque pueda parecer que perdí el partido de mi vida, realmente salí victorioso. Si que es cierto que perdí si hablamos de puntuación, o moral al acabar. Pero escuchando a mi hermano, salí ganador. Porque aprendí cómo poder competir en el resto de partidos de mi vida, en la cancha y fuera de ella. Gracias Alber.

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