Desde hace dos años me siento preso en un cuadrilátero, encajando un bombardeo de puñetazos que no cesa. La campana de descanso que tanto ansío oír no acaba de sonar, mientras los puñetazos me llueven por todos lados.
Sé que voy a seguir teniendo que encajar golpes, pero aun así pienso en cómo salir de esta.Aunque ahora no encuentro no encuentro una vía de escape, tirar la toalla NO es una opción. Ahora me siento parte de algo grande, que hace que cada mañana me despierte y avance.
Lo primero que se me ocurre es ponerle nombre y apellidos a mi oponente actual. Nunca le podré ganar si no descubro qué es. Para ello, consigo abrir los ojos entre dos tandas de golpes, y en los guantes de mi oponente atisbo a ver unos dibujos. Uno es un virus y el otro es un cohete que porta € y desciende en picado.
El rincón en el que me refugio huele a miedo, miedo por el futuro de los que quiero. Al principio, hace dos años, el miedo me puso alerta. Luego pasó a darme el coraje para lanzar un ataque desesperado, para acabar rezando por que acabara ya el combate.
Con la visión de la perspectiva que proporcionan más de dos años de combates diarios, pienso en BUSCAR soluciones, NECESITO soluciones. Y es que aunque estoy exhausto, también estoy harto. Me voy a inventar un tiempo muerto, total qué más da un golpe más con la guardia baja. Voy a repasar mis combates, a ver si encuentro alguna táctica que me haya funcionado:
- De pequeño usé mucho ese recurso de quedarme quieto y esperar a que acabe el chaparrón. Pero no me ha ido bien eso de dejar a mi oponente hacer a placer, mientras espero a que los demás me saquen del atolladero. Así que a partir de ahora sólo me queda hacer un plan y pasar a la acción, motivación me sobra.
- Recuerdo mi infancia como si de una montaña rusa se tratara. A una gran alegría le solía seguir un mar de lágrimas. Por ejemplo, cuando nos juntabamos los primos en el pueblo me lo pasaba en grande. Pero en el momento de la despedida me convertía en una tortuga dentro del caparazón. Como si al no estar presente borrara ese hasta luego que a mi me parecía un ADIÓS.
- También fue un carrusel de emociones mi proceso de madurez. Me permito la licencia de decir “fue”, como si ya la manzana hubiera caído del árbol 🙂 . Al subidón de formar una familia le siguió la responsabilidad compartida de resolver los problemas que se suceden día a día.
- Tras el terremoto que supuso en mi vida el nacimiento de mi hijo, mi mujer me enseñó a DISFRUTAR entre una mini-crisis y la siguiente, que con niños, siempre se suceden.
Parece ser que mi vida es como una montaña rusa. Y no importa si estoy subiendo o en caída libre, siempre hay maravillas por las que dar gracias A DIOS y seguir peleando desde mi esquina del ring. Afortunadamente cuento con un equipo de lujo que me da día a día ese extra que necesito para seguir en pie. Ya suena de fondo la canción de la remontada ….. Ahhhhhhhh, se me olvidaba, en el siguiente artículo os cuento el plan.