¿Os acordáis cuando erais pequeños, cuando a cada paso surgía un mundo lleno de maravillas? Los barcos no se hundían, y los aviones, por arte de magia, surcaban el cielo a toda mecha sin desplomarse. La mente también volaba, y te convertía en pirata o astronauta. El límite está en tu imaginación. En esa época todo era posible. Pero conforme nos vamos haciendo mayores todo se vuelve más encorsetado, programado, repetitivo. ¿Te gustaría volver a soñar como el niño de tu infancia? Te cuento la historia de cómo yo lo he conseguido.
Vamos a empezar por el comienzo del final. Cuando acabé los estudios todo era un mundo de posibilidades, pero conforme pasaron los años trabajando me convertí en una fotocopiadora. Bueno, más bien me convirtieron. Las empresas que me contrataban se dedicaban a encontrar algo que se me daba bien y que les daba dinero, y me hacían repetirlo una y otra vez. Lo dicho, una fotocopiadora.
Lo bueno es que me pagaban bien. Lo malo, que cada mañana me costaba más levantarme para ir a trabajar. Y si asomaba la cabeza por encima del ordenador y decía aquello de “¡Jefe, tengo una idea!!!!!!!”, no me dejaba desarrollarla. Me la robaba y la acaba diluyendo en la burocracia de la empresa.
En mi cabeza surgían nuevas profesiones, pero Don Riesgo las frenaba recordando todas esas cargas en forma de facturas y letras que pagar a fin de mes. Como siempre que tengo un PROBLEMA, miro las soluciones de mi entorno.
- Mi madre me enseñó a disfrutar de las tareas diarias. Siempre estaba tarareando mientras mantenía el buque familiar a flote, día tras día. En mi trabajo diario he aprendido a hacer las tareas monótonas de una manera creativa. Mirad como un genio del balón puede convertir un monótono calentamiento en una obra de arte. Y es que en la rutina también está la magia.
- A veces el trabajo brinda problemones, en batallas campales. En mi caso la batalla del ser humano contra la máquina. Una máquina que deja de hacer las cosas lógicas para las que ha sido programada. Todos los datos con los que trabaja la empresa dejan de tener sentido. No se manda al cliente lo que se tiene que mandar y no se factura lo que hay que cobrar. Mi padre me enseñó que las “ideas felices” para resolver problemones existen, pero te vienen trabajando. Para volver a colocar a la máquina en su sitio hay que tirar de ingenio humano. Es como cuando Maradona cogía el balón, rodeado de contrarios, rompía los esquemas de juego, regateaba a 7 contrarios y metía el gol de su vida.
- He buscado una nueva profesión que me permite soñar mis sueños despierto. Porque sacar lo mejor de mi y de los que me rodean no me supone esfuerzo. Siento satisfacción a cada regate que le hago a los problemas de la vida. Es como si Maradona se volviera brasileño y se fuera a enseñar su magia con el balón a la playa.
- Mi mujer me ha enseñado que cada vez que sueño, vuelo, y me caigo. Dolorido en el suelo, sólo quédate a mirar atrás un rato. Lo justo para aprender la lección, coger fuerzas y volver a volar.
- Mi hijo me recuerda cada día que soñar es gratis. Que si sueñas con todas tus fuerzas, a veces, hasta los sueños se hacen realidad.
Un profesor Italiano de Diseño me contó que para dar rienda suelta a la imaginación bebía una copita de Limoncello. Ya sea haciendo un calentamiento en un partido, saltándose la pizarra táctica, o jugando a un nuevo deporte, la magia puede estar siempre presente.
Ya sé que no soy Maradona, pero sí que puedo aprender de él, y de mis padres. De Maradona me quedo con su creatividad, y de mi familia, con todo lo demás.