Esta semana me ha tocado pasar por quirófano. Después de 6 meses sorteando lo inevitable, el momento llegó. Como no era la primera vez estaba confiado en que podría con la situación, tirando de experiencia. Pero ha sido una semana con la sensación de incomodidad pegada a la espalda cual segunda piel. Con la certeza de perder el control de la situación, algo que odio. 

Empecemos por el principio, los preparativos para la operación de rodilla: la semana antes de vestirme con la bata de hospital ya estaba entrenando con muletas y levantándome de la cama  a una pata. Recopilé ejercicios y estiramientos para mantener la articulación operada activa, para que no se atrofiara con la quietud del post-operatorio. 

Preparar la mochila para ir al hospital y conducir yo mismo hacia el matadero me dio un poco de autoestima. La habitación era amplia y sólo tenía una cama, algo capital en tiempos de Covid. Vestirme con la batita a la que le falta tela por los 4 puntos cardinales puso el punto de humor a mi ingreso. Todo iba bien hasta que me sacaron de la habitación en silla de ruedas. ¿Pero qué es esto, si yo todavía puedo andar? 

La cosa no iba a ir a mejor, rápido me pasaron a una camilla y me buscaron un  hueco en los boxes. Ahí estábamos todos los lisiados del turno de mañana. Los más afortunados se estaban despertando después de pasar por el mecánico. Mientras a mí me tocaba sesión de agujeros en las venas. Agujeros para que las bolsas inocentemente transparentes que colgaban sobre mi pudieran verter sus potajes sedantes, y espero, sanadores.

Mientras me estaban entubando empezó a venir más personal para encontrarme una vena practicable. Ya cuando me dicen aquello de “Tú estate tranquilo” se me encienden todas las señales de alarma. Me hubiera gustado explicarles que la manera de tenerme tranquilo era tener solo a una persona encargándose de mis cañerías. Pero de qué iba a servir, estaba en sus manos.

Asi que me puse a darle vueltas al tarro, lo único que podía hacer, francamente. Y en una de esas vueltas encontré una actitud que me iba a liberar de todas las cargas y pesares.

Si estoy en un hospital, en un quirófano, ¿por qué no dejarme hacer por los que saben de esto? Por qué no dejarme llevar por la corriente. Esa corriente que generan 20 profesionales de la medicina que hace esto cada día.  

Perder_el_control_quirofanoSe trata de una operación de rodilla, así que sólo hace falta dormirme de cintura para abajo. Me tiro toda la operación despierto, escuchando como los dos al mando charlan sobre mi ligamento y mi menisco. ¿Demasiado tarde para pedir que me duerman? Me lo tomé como si estuviera en la carnicería, pidiendo cuarto y mitad de solomillo. Al final hasta me reía.

Ya de vuelta en la habitación empieza la rutina de hospital, con visitas constantes de personal que no me dejaron un momento de respiro. Ahí es donde las ganas de que me den el alta se multiplican. Pero como no puedo hacer nada por acelerar los plazos empiezo a hacer algo que odiaba, entablar conversación con personas que no conozco. Y así fluyen lentamente las dos próximas jornadas. Perder el control de la situación no está tan mal, si los que toman las riendas lo hacen mejor que uno mismo.

Cuando al fin la silla de ruedas me planta en la salida del hospital tomo las riendas de mi vida otra vez.

Estas dos jornadas han sido una lección de cómo dejarse llevar a veces no es una mala opción. Y si la corriente es más fuerte que tú, es la más inteligente. Ya recuperarás el control cuando llegues a la orilla ¿Y para qué frustrarse si el momento de volver a tomar las riendas siempre acaba llegando?

Después de dos días en los que he exprimido al máximo mi última libertad, el pensar en lo que me da la gana, estoy en casa. Centrado al 100% en una rehabilitación que he planificado, madurado y perfeccionado en estos dos últimos dos días. Gracias a un equipo médico y a mi mujer que se han ocupado de todo por mi. De todo menos de soñar despierto, eso me lo he guardado para mí.

Sólo me queda recomendarte, si te ha interesado el tema del control de la situación, la lectura de “Controlar lo incontrolable” de Artur Amich. Un hecho inesperado le hace perder el control de la situación, rompiendo su vida por la mitad. El cataclismo le deja una existencia con la mitad de las posibilidades. ¿Cómo salir adelante?

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