Hace años pasaba las tardes del finde viendo a mi padre dibujar en una mesa de metro y medio de ancho por un metro de profundidad. Antes de ponerse a tirar líneas rectas, pasaba horas “viendo la tele” mientras hacía garabatos en los huecos de las hojas del dominical. Su proyecto, además de ser padre, marido y empleado, era construir una cosechadora de patatas. Una meta regalada por una pubertad pasada agachando el espinazo para coger matas y su fruto de sol a sol. primero vio si había clientela, y sobre el papel la empezaba a dar forma.
No entendía lo que significaban las líneas, así que cuando mi curiosidad podía a mis respeto por él, le preguntaba sobre lo que estaba tramando. Y él gustoso me explicaba la función de cada conjunto de líneas. Aquí una tolva, aquí el sistema de extracción, allá el motor que todo lo mueve (Si, yo le preguntaba …. Papá, ¿qué es una tolva?).
En una de esas explicaciones me dejó una pincelada que quedó grabada a fuego en mi mente. “El papel todo lo aguanta, hijo, pero luego hay que ver en la realidad”. Años después, otro de sus hijos se especializó en programas de ordenador para cálculo de estructuras (y ver si se romperán o no cuando se fabriquen y se empiecen a usar). El hijo sustituía la experiencia y la intuición del padre por clics u dibujos de colores en la pantalla del ordenador. Paradojas de la vida.
Años después mi hijo ha aprovechado las cualidades mágicas del papel para plasmar sus sueños en él, en forma de dragones y naves interestelares. El papel sigue soportando todos los sueños de la familia, y que siga así por muchos años. Porque a los sueños no hay que pasarlos por la criba del “cálculo de elementos finitos” de los ordenadores modernos.
Y yo, además de escribir estas frases que me dicta la familia y el corazón, os voy a contar mi aportación. Eso sí, no va de folios en blanco. Soy el eslabón perdido de una familia de artistas, con dos manos izquierdas. Mi contribución va en otro soporte, el coco. Ahí tengo un lienzo enorme dispuesto para pintar a cada rato. Pinto sueños, si, pero también miserias. El problema es que muchas veces me invento problemas, los fabrico enormes, y no sé resolverlos.
Leer lo que otros han experimentado me ha enseñado a detectar esos problemas inventados, y una vez que les he puesto nombre y apellido, mandarlos a tomar vientos a la misma velocidad con la que vinieron.
Ahora sé que en los lienzos de mi mente van a ir apareciendo tanto cosas buenas (sueños) como malas (miserias, miedos, pesadillas) y eso no lo voy a cambiar. Pero lo que sí que voy a cambiar es qué hacer con los cuadros de pinturas horribles que surjan. Y tú, ¿qué vas a hacer con los tuyos?
PD: mi padre consiguió pasar de su mente al papel, y luego del papel al acero para fabricar su cosechadora de patatas, ¡¡bien por papá y sus sueños!!