Estas van a ser las segundas navidades con el Covid de auto-invitado. Es de esos compañeros de baile que te pisa y te habla de cosas tristes durante el vals. Baile que te apetece saborear a cada paso, con la merecida marcha solemne en tono de triunfo por otro año sobre-vivido. Pero el muy bicho se encarga de separar al resto de invitados de gala para recordar que el único no conviviente que puede bailar “pegado” ahora es él.
Me he quedado sin baile porque he elegido estar solo en vez de mal acompañado. Pero tengo unos días libres, la nevera repleta de comida rica, y personas que quiero convivientes con las que disfrutar de todo ello. Cuando pienso en estos días en medio de una pandemia me dan ganas de ponerme en modo Grinch, pero ¿Quién soy yo para quitar la ilusión a los que sí la tienen? ¿Por qué yo mismo no puedo tener ilusión?
Con los días libres en el trabajo, me tienta la idea de dedicarle un «poco» de ese tiempo a esos proyectos laborales que me gustan pero no tienen prioridad para mi jefe. Se me ha roto otra rodilla, y parezco el cojo de Lepanto. Tengo algo de miedo a la operación que no tiene fecha y cuya rehabilitación a la que los días le van a sobrar.
También tengo un mal rollo dentro del cuerpo, rabia contenida, por todo lo que me ha tocado tragar durante estos tiempos “de serie mala de miedo”. Cada día la reponen en todos los canales de mi televisión.
- Primero nos dijeron que iban a ser un par de casos con síntomas de gripe y punto.
- Luego pregonaron que había que aguantar dos meses en casa y con eso iba a evaporarse al llegar el buen tiempo.
- Todos listos para disfrutar de las fiestas playeras después del cerrojazo.
- Seguimos con una aplicación super-rastreator que nos iba a dejar movilidad e iba a separar a las manzanas podridas.
- Los ya infectados y los nuevos pinchados nos iban a regalar la inmunidad para los que no habían pasado por los servicios médicos.
- Y lo que nos queda ….
Lo que no nos han dicho es que después de todo este tiempo vamos en un barco infectado hasta las cejas. La música que se oye en el barco de bandera azul con estrellas en el que remamos es el “Sálvese quien pueda” cuyo autor no es Beethoven, ni siquiera el Thunderstruck de AC-DC, si no el político de turno.
Con todas las nubes que tengo encima, esta claro cómo van a ser las navidades, ¿no? Pues va a ser que no, esta vez no.
Esta vez no me ha costado darme cuenta de que son días libres de trabajo. Conviene poner tierra de por medio con el curro, ahora que todavía se puede en este mundo hiperconectado. Mi cuerpo ya me ha sacado de una rodilla maltrecha, asi cómo sané una, seguro que puedo resucitar a la otra. He decidido que el Mal Ambiente 2.0 que se ha auto-instalado en la sociedad no va a entrar en mis circuitos. Tenemos un programa que tiene harta a la sociedad de las restricciones, problemas de salud y de dinero en los que nos ha sumido.
El virus ya se ha instalado en los engranajes de nuestra gran máquina capitalista, y desgraciadamente no hay manera de echarle. En bicho también nos ha traído un caramelo pegado al bolsillo. El dulce está podrido por dentro, e infecta a quien se lo come. Pero no pienso meterlo en la boca voluntariamente. He decidido que voy a mantener los 1,5 metros de distancia con él para evitar tentaciones.
En estos días de compras sin control, tengo muchas cosas que se han colado en mi carro de la compra: miedo, falta de tiempo para las cosas importantes y mal rollo a raudales. Pero a este carrito no le voy a dar el botón de «comprar ya». A este carromato que vaciará mis arcas lo voy a mandar a la papelera, voy a darle a vaciar, y por si acaso se le ocurre sobrevivir voy a borrar la papelera.
Si que le voy a dar al botón de la ilusión, que no cuesta perras pero llena el corazón y los circuitos que riega de esperanza. De eso vamos a necesitar para este futuro negro que se atisba. La prudencia va a seguir llenando mis bolsillos, pero con respeto, sin miedo. Y con esto me despido por estos días, que ahora me toca disfrutar de todos los regalos que sí llenan mis pulmones del virus de la navidad.