¿Alguna vez os habéis sentido con alas en los pies? Cuando yo las tuve soñaba 100 veces al día con llegar a las estrellas, y hasta me permitía el lujo de despegar hacia ellas con los motores cargados de ilusión. Momentos después del despegue siempre se estrellaba mi trasbordador, el Curiosity. Nunca miraba atrás, un poco de cinta americana y a buscar la siguiente estrella para olvidar rápido el último fracaso. Hasta que no quedaron trozos que pegar de entre los añicos de mi lanzadera. Resultado,que autoestima baja. De repente las alas en los pies se convirtieron en grilletes, que me impedian despegar del suelo.
Como va disminuyendo la autoestima
Mi cerebro redujo el caudal de sueños, y los pocos que producía inmediatamente se paralizaban con frases como:
- Mucho esfuerzo para poco beneficio.
- Por el camino me encontraré con problemas serios, que seguro no seré capaz de resolver.
- Soy ya mayor para meterme en líos.
- Qué pereza ponerme a trabajar, con lo fácil que es quedarme en el sofá.
- No soy capaz de acabar ningún proyecto, siempre me quedo tirado en medio del camino.
El punto de inflexión
Hasta que un día me enfadé conmigo mismo. ¿Por qué personas de mi entorno, con capacidades parecidas a las mías, se enrolan en proyectos ilusionantes y a veces hasta los acaban? Mientras yo no puedo ni dar la vuelta a la esquina sin pegarme un trompazo para volver al sofá frustrado. Desde el sofá, cansado de mirar la tele como siempre fuera a dar una solución, miré para atrás para analizar lo que me estaba pasando. Detecté dos problemas:
El primer problema era que mis capacidades no se habían convertido en habilidades. Tantas veces me animaron a seguir después de caerme que se olvidó mirar atrás, para aprender. El ciclo prueba -》error -》 aprender -》cambiar algo -》volver a probar, empezó a rodar, y cada vez más rápido y con el contador de lecciones aprendidas tope.
La segunda parte era más problemática. Los proyectos importantes se paraban antes de empezar, por una autoestima baja. La única marcha que me entraba al vislumbrar un reto era la marcha atrás, para alejarme de él. Mejorar una autoestima baja se me antojaba una empresa bastante ambiciosa, así que la partí en cachos más pequeños para poder meternos a la boca sin atragantarme.
Empecé por revisar los hechos que me llevaron a destruir el Curiosity I:
En mi familia siempre se ha dado mucha importancia a los deportes, sobre todo a competir y ganar. Yo no lo entendí muy bien. Cuando jugaba a algún deporte con mis hermanos mayores sentía la necesidad de demostrar mi valía, e incluso soñaba con machacarlos. En cuanto la partida se ponía cuesta arriba empezaba el run run en mi cabeza “otra vez no voy a poder ganarle”. Me calentaba y perdía los estribos. Mis hermanos tampoco se empleaban con celo, ponían el esfuerzo justo para ganarme.
Hasta los 30 mi zona de confort abarcaba más allá del campo de visión del Hubble, y los pocos problemas que tenía me los arreglan en casa. En el trabajo todo era nuevo, una pizarra en blanco, en la que el primero escribía el guión. Y yo era el primero.
Pera rematar la espiral negativa mi mundo dio un vuelco con la marcha a otra galaxia de mi padre.
La solución
De la peor situación de mi vida salió la solución, que tantas veces me había enseñado mi padre. Cogí los pedazos del Curiosity I, los analicé, y vi de que me podían servir. Ya no valían para hacer una lanzadera, pero para bolar no hace falta tener el último modelo de la NASA. Vale con una cesta de mimbre, un paracaídas cerrado y un quemador. Además necesitaba menos pájaros en la cabeza. Para ser aeonauta tenía que olvidar mi pasado de astronauta frustrado y empezar de 0.
Me tocaba volver a la casilla de los 10 años, humilde, con objetivos sencillos para volver a cometer los mismos errores. Eso sí, está vez, en vez de mirar para adelante, me paraba y miraba atrás para aprender la lección. Me sentía cómo un niño de 32 años, con el orgullo herido de vuelta al cole. El cuerpo me pedía metas más altas, pero los resultados modestos iban hinchando el globo con el que iba despegando:
El Curiosity II no despega como un cohete a reacción, se eleva lentamente con el aire caliente que producen los pequeños logros que voy consiguiendo. Nunca saldrá al espacio, pero desde su cesta se ve una bonita vista de la tierra, con una sensación de paz interior que no tiene precio. Su sistema de control lo forman un mechero gigante y unas cuerdas para quitar lastre. Lo suficiente para dejarse de tonterías y disfrutar al máximo del viaje. Esta vez sin explosiones ni aceleraciones extratosfericas, pasito a pasito.
Y sin querer se me planteó el objetivo de mi vida, encontrar una chica con unos valores parecidos a los míos y ganas de disfrutar de la vida. Tenía que estar cuerdo los fines de semana para poder hablar, escuchar y sentir hasta encontrarla. Busqué un entorno en el que mi fama no me procediera, y llené el depósito de paciencia. Las cosas importantes llevan su tiempo. El final de la historia está por escribir, pero de momento hay instantes de felicidad y las perdices están en la cazuela. El cocinero es mi hijo 🙂
Rubén Camacho aporta en su libro «Ni alta, ni baja. Construye auténtica autoestima» una visión tanto sencilla como efectiva de la autoestima para que reme a favor de tus metas.